
Pensar en dónde habita el agua
Las civilizaciones han surgido siempre en torno al agua. Es allí donde el alimento se multiplica, donde la vida se brota en común.
Pero hoy, nuestro vínculo con ella está en crisis.
No por escasez —porque nuestro planeta es agua—, sino por nuestro afán.
La velocidad con la que contaminamos es infinitamente mayor que la capacidad de la Tierra para regenerarse. Hemos olvidado que los tiempos del planeta no son los nuestros. Y en esa desconexión, nos hemos vuelto asincrónicos con la vida.
La arquitectura —cuando se entiende como aliada de la naturaleza y no como su opuesta—
puede ofrecer alternativas. Puede volverse un sistema de apoyo para la vida.
Nuestras obras pueden y deben ser parte de los ciclos más amplios de la naturaleza. Nuestros antepasados lo sabían: recordemos el viaje del sol y la luna, y con ellos el viento, el agua y el fuego.
Diseñemos espacios donde el agua no sea solo visitante ni recurso, sino habitante.
Esa conciencia no siempre fue clara en mí. Profundizando en mis estudios de maestría, al investigar el cuarto de baño, el agua empezó a revelarse como guía. El agua —no solo como sustancia, sino como tiempo, gesto y vínculo—
me enseñó que el diseño también tiene ritmos.
Las ideas, como gotas, pueden transformar incluso la piedra más dura. Mi pensamiento ha cambiado y con esa misma constancia he ido regando estas intuiciones en todas las esferas de mi quehacer: en los proyectos que construyo, en las clases que comparto, en las preguntas que me acompañan en las investigaciones, los viajes que planeo...
Desde Agua Erguida, me gusta creer que construir es un acto que puede honrar nuestra presencia en el mundo al tratar con dignidad lo más cercano que tenemos a una divinidad entre nosotros. El agua.
“Al principio, todo era agua. En las profundidades oscuras, donde aún no hay forma ni tiempo, reposan los sueños del mundo. El agua guarda la memoria de lo posible: allí se gestan las ideas, como semillas dormidas, hasta que algo las despierta.”