
El viaje como forma para encarnar el paisaje
Un manifiesto para diseñar desde el asombro
Antes de que existieran los arquitectos, los cuerpos ya sabían leer el territorio.
Habitar era escuchar. Cobijarse, alzarse, extenderse en diálogo con la geografía.
La arquitectura nació como gesto emocional: un refugio sensible para lo simbólico y lo práctico, no una forma impuesta.
He aprendido más de arquitectura observando la naturaleza que estudiando edificios, pues estos han nacido de una visión antropocéntrica que nos deja atrapados en la visualidad de la forma. En cambio, cada territorio es un maestro silencioso.
La selva, la llanura, la piedra, el mar.
Todos nos enseñan a habitar con humildad.
El viaje no es un paréntesis en el proceso creativo.
Es su raíz más profunda.
Un atajo al corazón del proyecto.
Es investigar con los sentidos.
Es poner en movimiento las preguntas en busca de resonancias.
Ecos que emergen en el encuentro con las montañas, los ríos.
Habitar el paisaje es recordar que también somos naturaleza.
No hay forma verdadera sin emoción verdadera.
No hay función que no pase antes por el cuerpo.
Cada proyecto es un viaje.
Cada viaje es una forma de volver.
Volver a mirar.
Volver a escuchar.
Volver a sentir.
“Se viaja con los pies en la tierra y el corazón hecho agua.”
bajar al mar para subir río adentro
VIAJAR ES INVESTIGAR































